Cuando más difícil me resulta es por la noche. No digo <<cuando más la añoro>>, porque no siento añoranza. Pero por la noche, cuando estoy solo en la cama, pienso en ella. Nada de pensamientos calenturientos o algo así, sino que recuerdo todos los momentos buenos que pasamos juntos. La veo, más bien, en bragas y camiseta durmiendo con la boca abierta, respirando pesadamente, dejando un círculo de babas en la almohada, y me veo a mí mirándola. ¿Qué es lo que yo sentía entonces, cuando la miraba así? Ante todo sorpresa por el hecho de que no me diera asco, y después, una especie de afecto. Amor no, afecto. Del tipo de afecto que sientes por un animal o por un bebé, más que por tu pareja. Y entonces lloro. Casi todas las noches. Y no se trata de un llanto de arrepentimiento, porque no me arrepiento. No tengo de qué. Fue ella la que me dejó. Además de que es bueno que nos separáramos, y no solo para ella, sino para los dos. Y todavía mejor es que lo hiciéramos a tiempo, antes de que hubiera niños de por medio y de que todo se volviera más complicado. ¿Por qué lloraré, entonces? Pues porque las cosas son así. Cuando le quitan a uno algo, aunque se trate de una mierda, duele. Si hasta cuando te quitan una verruga, queda una cicatriz. Y la noche, por lo visto, es el mejor momento para rascártela.
-Etgar Keret. Agarrar el Quiquiriquí por la cola.
Y de repente llaman a la puerta (2012)
Juanjo Aguilar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario