Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

jueves, 29 de agosto de 2013

Stop Motion: Ni una sola palabra de amor.



-Ni una sola palabra de amor.

Director: El Niño Rodriguez.
Actriz: Andrea Carballo.


María Teresa Gelsi, la verdadera protagonista del corto 'Ni una sola palabra de amor', que se ha viralizado en la web con más de 500.000 reproducciones en tres semanas, ha reaparecido 15 años después de aquella crisis matrimonial que tuvo con su esposo Enrique, por entonces chofer de ambulancia.


"No puedo creer que a los 75 años me esté pasando esto", ha confesado la mujer, en su casa de playa Serena, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires. Y ha admitido que "es raro esto de ser famosa y conocida con una historia íntima", ocurrida en 1998, que ahora "da lugar a la imaginación de la gente" a través de Internet.


-El Mundo. Juan Ignacio Irigaray.


Ni una sola palabra de amor.

Lamentablemente
siempre hablo con un aparato
como cuando hablo con vos,
Hablo sola.

Me pedís un toallón y una toalla
¿no es una ambivalencia?
Venís a hacer una propuesta para volver,
y me pedís un toallón y una toalla.
¿Qué quiere decir eso?

El tratamiento psiquiátrico que necesitás
(o psicológico o lo que sea)
no me lo pedís concretamente,
no lo proponés concretamente,
y es por si las moscas.
Y después la ausencia,
ausencia, ausencia, ausencia;
ausencia en toda mi vida.

Y no amor, jamás,
ni una sola palabra de amor,
ni una sola palabra de acercamiento,
ningún proyecto en común,
ninguna responsabilidad por nada.
¿Cómo no te voy a responder
de la manera que te respondí?

Ahora, respondeme vos
porque yo, tal vez, no tenga
otra manera más que esa.
Vos me generás esto.


Juanjo Aguilar.



Una mención especial a Andrea Carballo cuya interpretación, 
no sé muy bien por qué, me ha fascinado. 
Quizá sea la falda de rosas, quizá la precisión 
quirúrgica del movimiento de sus labios.

http://www.diariouno.com.ar/espectaculos/Andrea-Carballo-la-actriz-del-momento-20130821-0004.html 

martes, 27 de agosto de 2013

Mi Cuaderno Negro: Esperanza.


-Ilustración de Takehiko Inoue.

Estábamos Ella y yo sentados cerca de la ventana de la taberna haciendo nada, mirando a los marineros cargar y descargar, viendo papeles rodar y preguntándonos qué ocurriría ahora.

Ella tenía esa capacidad de hacerme reflexionar sobre lo más nimio, Ella sí tenía alma de samurái. Yo no, yo siempre fui un espíritu libre.

Los acontecimientos sucedieron rápido como el curso de un río. Mi kanabo hizo sonar su cráneo como suena una cáscara de nuez cuando la quiebras con los dedos. Recordé la escena mientras Ella y yo hablábamos de nuestro “Gran Proyecto”, como nos gustaba llamarlo, en aquella taberna portuaria donde no hacíamos nada, mirar los papeles rodar y preguntarnos, quizá, qué significaban las palabras escritas a puñal en la madera de la mesa mientras partía y comía nueces.

Yo había servido a una orden samurái durante diez años. Diez largos años de miseria. Recaudaba dinero para mi señor, protegía a mi señor e incluso mataba inocentes para mi señor. Todo por un poco de tierra donde plantar arroz. Cada vez que mi kanabo impactaba contra una de aquellas pobres almas se quebraba un miembro y, con él, mi fe en el código.

Un brazo roto para uno de esos pobres campesinos podía equivaler a un mes sin trabajo, un mes sin comida, un mes deshonroso de mendigar las calles. Un brazo mutilado podría significar una muerte de hambre para toda una familia. Por eso me especialicé en la lucha con kanabo.

Allí descansaba Hitoishi (mi kanabo) en aquella mesa llena de tajos que, si incidías en ellos,  formaban palabras como “Loto” o “Cesura”, seguros códigos que algún marinero dejaría a otro días atrás o quizá años. Con la madera nunca se sabe. Junto a Hitoishi se encontraba aquella caja pequeña envuelta al estilo furoshiki en un pañuelo suave cuyo estampado representaba una escena de cerezos en flor y en cuyo interior (en tan pequeño espacio cabía) descansaba lo que a ella y a mí nos gustaba llamar “Nuestro Gran Proyecto”.

Aquella escena en la taberna sucedería años después de que, también en primavera, mi arma se estrellase de forma propicia en el cráneo de mi señor feudal Takeshi Miyamoto robándole la poca vida de que disponía. En mi derredor, sobre el tatami, dos cuerpos derrumbados también yacían cuan largos eran derramando una sangre que se me antojó azul. De pie un par de excompañeros me miraban fijamente. Ellos dos eran buena gente y lo siguen siendo – A esto se refieren los sabios cuando hablan del Karma ¿No es cierto Kitano?- Me dijeron. En aquel momento tan solo asentí dicha reflexión.

Hice lo mismo en aquella taberna donde Ella y yo comíamos nueces y veíamos a los marineros cargar y descargar cajas en el puerto cuando Ella me miró fijamente y volvió a decir aquellas mismas palabras “¿No es cierto Musashi?”. Mi asentimiento la hizo sonreír y apretarme con dulzura la mano.

El apretón me llevó atrás a mi infancia. Recuerdo el último rictus de mi madre mientras se desangraba en aquel tatami ajado bajo mis pies. –Eres un chico fuerte ¿No es cierto Musashi?- Las mismas palabras una y otra vez. Se repiten los ciclos. Hay dos tipos de personas en este mundo (Siempre hay dos tipos de algo en cada cosa): Los que creen que las cosas solo suceden una vez en la vida y los que opinan que, por el contrario, algo solo puede suceder como recurrencia.

Y mientras mi madre malgastaba sus últimas palabras en decir algo que ya sabía, la otra figura enfundaba su Katana con torpeza mientras decía: “Si cuando seas mayor aún me guardas rencor por esto esperaré tu venganza con ansias.”

Esas palabras las repetí años después en su oído mientras se desangraba el muy bastardo en aquel tatami, vertiendo aquella sangre que se me antojaba azul mientras otros dos cuerpos se contorsionaban por el dolor de la cercana muerte y otra pareja observaba de pie toda la escena.

Aquella sangre azul ahora agitaba el mar. Nunca había viajado en barco. Prefiero la tierra firme. Estos últimos días he tenido incontables pesadillas marítimas. Aun así su sonrisa me reconforta, la de Ella. Le he dejado todo lo que tengo, allá donde voy no me hará falta. El Karma proveerá.

Hablamos por última vez de nuestro “Gran Proyecto” mientras nos marchamos de aquella taberna portuaria donde los marineros dejan sus mensajes. Ella ha escrito algo en nuestra mesa: 

ホープ

(Esperanza)

Sonrío a la nada. Fuera Llueve.

Ella saca su paraguas con la gracia de un felino. Nos dirigimos hacia el barco que me llevará a mi ineludible destino, a nuestro ineludible destino al fin y al cabo. Ella acaricia nuestro “Gran Proyecto” con una mano y en la otra sujeta su paraguas. Nuestras miradas se cruzan.

-Llegó el momento.- Alcanzo a decir.

-Volverás ¿No es cierto Musashi?

-Volveré.

Ella me entrega la caja pequeña envuelta al estilo Furoshiki y yo le beso bajo el paraguas.

En el fondo sé que no volveré a verla. No es una certeza lógica, es una simple intuición, por eso sé con seguridad que no volveré. Y si vuelve alguien de este viaje sin duda no seré yo. Será otro Musashi.

El barco zarpa. La veo a lo lejos. Su rostro, su paraguas y su mano acariciando todavía su tripa. Abro la caja y encuentro un pergamino:


(Sakura)

Sonrío.

Juanjo Aguilar.


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domingo, 25 de agosto de 2013

Cesura: Mariposa.

Un átomo emite un electrón
y reordena el mundo.

Juanjo Aguilar.

Mi Neurona Paranoide: Efectos visuales.

Miras al suelo y no ves nada raro. Al poco te percatas de un punto que se mueve, algo infinitesimal que gira y vira sin sentido sobre un cielo blanco moteado. Es un individuo que camina, una hormiga, solo una ¿cómo no la vi antes? Efectos visuales, es muy pequeña, será eso, pienso, pero al rato aparecen dos y tres más, cuatro y cinco. Te preguntas de dónde han salido tantas y de forma tan espontánea. Te preguntas sobre lo errático de su movimiento e incides también en lo errático del tuyo. Intentas razonar el sentido de tu ahora, ese ahora en el que miras un suelo blanco moteado lleno de pequeños seres infinitesimales que vagan (vagar es la palabra que buscaba) por tu dormitorio. Miras a la pantalla del portátil y vuelven a desaparecer los individuos, los dos, los tres individuos; los cinco. La masa desaparece y queda el suelo al fondo, ese cielo blanco moteado en el que apenas habías incidido desde que eras pequeño y jugabas con tus Playmobil a ser Dios persiguiendo con sus estáticas piernas las hormigas que vagaban (queda genial la palabra ¿no crees?) por ese suelo blanco moteado mientras soñabas que dicho Playmobil, un humanoide de plástico, era un monstruo gigante, una aberración aún mayor que tú mismo, maestro de marionetas, persiguiendo a esos individuos infinitesimales por ese cielo blanco moteado intentando causarles un pánico que, años después descubrirás, no pueden sentir.

Juanjo Aguilar.

Digno de mención es el título de esta Neurona de hoy, barajaba llamarla "Hormigas", "Individuos", "Playmobil" e incuso "Instinto" y sin embargo ahora que he leído de nuevo todo el párrafo me urge llamarla "Efectos visuales" tomando el término de la forma más estricta, esto es, el efecto que ha provocado en mí la visión de la hormiga (El aviador).


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viernes, 23 de agosto de 2013

Stop Motion: La de los monstruos.

No sé por qué vino a mi cabeza Borges y la idea de matroska. Sin más, "La de los monstruos."



-Fragmento del programa Nº 8 (Y último).
Nadie sabe nada. Berto Romero y Buenafuente.

...thy rope of sands...

George Herbert (1593-1623)

 La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de 
líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número 
infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo 
de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato 
fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.

[...] Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en 
tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me 
sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.

[...] Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron 
gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una 
biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de 
las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el 
número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba 
numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los 
diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.

[...] No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente 
infinito. Ninguna es la primera; ninguna la última. No sé por qué están numeradas de 
ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita 
admiten cualquier número.

Después, como si pensara en voz alta: 

- Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es 
infinito estamos en cualquier punto del tiempo. 

-El libro de la arena. Jorge Luis Borges.
Puedes leer el relato completo en el siguiente enlace:
Juanjo Aguilar.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Mi Cuaderno Negro: El ojo.


-Etant Donnés. Marcel Duchamp. (1946-1966)


El ojo.


Como encuadradas por el ojo de una cerradura se suceden imágenes de objetos domésticos: ollas, diversos instrumentos de cocina, muebles de madera gastada por décadas de uso y lustrada por el roce de manos allí donde se fue borrando la cera o el barniz, almohadones, cortinas, mantas, relojes de pared, picaportes y cerraduras de bronce. Seguramente no estoy soñando esto a través de una cerradura. Tal vez el marco sea una hoja de cartulina calada con el contorno de una cerradura primitiva, de hierro o de latón. A medida que progresa el sueño me parece que sus imágenes son una mezcla de objetos que aún poseo junto a otros que hubo alguna vez en las tantas casas que habité y a otros que he de haber visto en films de los años cuarenta y cincuenta: el mismo borde de la pantalla -esa cerradura- se me revela como un ícono clásico de los dibujos animados de Disney. Me parece que todo fue calculado para representar un libro que estaría escribiéndose detrás de mí, pero dentro de mi cabeza.

Hacia el final de la serie de objetos me convenzo de que todo sucede en una localización precisa de la corteza del lóbulo occipital derecho. Intento que entre tantas imágenes que aparecen en el sueño, aparezca un modelo de porcelana del cerebro para identificar esa zona y después indagar su nombre anatómico en un manual de neurología. Pero no puedo detener la sucesión de objetos porque no encuentro la palabra adecuada para nombrar esa maqueta de la corteza cerebral que, por lo demás, nunca figuró entre los objetos dispuestos en mis distintas casas.

-El ojo. La gran ventana de los sueños. Rodolfo Fogwill (2013)

Juanjo Aguilar.

lunes, 19 de agosto de 2013

Cesura: Sueño.

Tengo enrollado al cuello
un sueño que no me deja dormir
ni soñar.
Un sueño que no se repite,
que no parece pesadilla,
no es un sueño de autosuperación,
o de cambio,
ni tan siquiera podría psicoanlizarse,
es un sueño que sueña con despertarse
un día
y seguir siendo sueño
y no recuerdo.

Es un pequeñito sueño eterno,
un sueñito,
un sueño esperanzado,
el cubil de un sueño,
el huevo sueño,
despierto del sueño y lo sueño.

Es un resquemor onírico,
una aguja de acupuntura,
una nube de ternura
soñolienta.
Una historia fantástica
y lenta.
Tiene varios capítulos la quimera,
dos e incluso tres temporadas,
aunque la mejor para mí
siempre será esta, la primera.

Es una alucinación de medianoche,
una visión de calaveras,
el broche de oro de la madrugada
esperanzada en despertarme.

Decía Calderón:

  “Que toda la vida es sueño
  y los sueños, sueños son.”

Pero mentía el muy cabrón,
el ensueño no es espejismo,
no es ilusión,
es tan real como lo soy yo,
quizá más.

  -Ya sabes cómo son estas
  cosas de la burocracia onírica.-

Este sueño, que es mi sombra,
se presenta de noche
y toca a la puerta de mi alcoba.

  -Vaya palabra alcoba-

Yo vivo en otra casa
transfigurada,
errática,
se mueve la casa.
Descansa sobre las sábanas
el cuerpo inconsciente de otro que sueña,
que no soy yo pero tiene mi misma apariencia.

  De repente llaman a la puerta.

El cuerpo se despierta.
Se escabulle entre sus propias utopías,
se desvía entre pasillos imposibles,
e ineludibles habitaciones con pestillos.
Surca marcos de puertas torcidos,
un recorrido de safari surrealista
a lo Gabinete del doctor Caligari.

El pasillo se bifurca en cien pasillos.

  -Entiendo que son cien
  sin contarlos, no sé.-

Me guío solo por el sonido
del timbre, aunque no sé si los sentidos
tienen dentro del sueño algún sentido.
Se dibuja la idea en mi cabeza del color,
aunque sepa también que la televisión
de los sueños es monocromática,

Las paredes se vuelven de pronto estáticas,
erráticas
y no me muevo,
ahora ya me pregunto si soy yo el dueño
del sueño o si es el sueño mi dueño.

Suena el timbre una última vez.

  -De repente estoy en la puerta.-

Tiro del pomo hacia fuera

  (Puertas absurdas)

y al otro lado del umbral
ya no hay nadie.
Cierro la puerta y miro por la mirilla.
Me asombra la visión de un ente.
Creo que es el propio Sueño
quien está ahí en frente.

De pronto estoy sobrevolando
Nueva York

  -Recuerden
  que la casa se mueve-

y hago pasar al sueño
que se convierte en ella
y ya la casa no es tan larga
ni tan enrevesada,
es mucho más escueta y parece tranquila.
Y todo comienza a apagarse 
cuando ella me mira
Y comenta:
-Me entusiasman tus sueños.
Y yo le digo:
  -¿Te gustan solos o conmigo?

Juanjo Aguilar.


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jueves, 15 de agosto de 2013

Mi Neurona Paranoide: Bitácora Onírica. Día 8.

Día 8


De hoy recuerdo dos sueños:

El primero tenía lugar en un pueblo de provincia, seguramente un Morón transfigurado. La acción, hasta donde recuerdo, comienza en mi supuesta casa. Estoy a punto de dormir, mi madre nos dice algo a mi padre y a mí; debe salir. Está lloviendo a cántaros y ella sale con una suerte de chubasquero. Yo me hago el dormido. Al rato, estoy en el sofá, acerco la mesa un poco y trato de comer algo sobre ella. Miro hacia un frente acristalado enorme que hay en este mismo salón donde estoy y veo una cortina de lluvia y más allá la piscina. Me levanto, estoy chateando con alguien por el móvil. Camino lento mientras escribo y la conversación es algo así:

Ella (pues es una ella aunque no sé quién)- Por aquí está lloviendo a cántaros, que suerte tienes de vivir allí.

Yo- Pues no creas, fíjate cómo llueve hoy.

Con mi móvil grabo una pequeña escena de la lluvia cayendo en mi jardín y en mi piscina.

Yo-“En realidad no puedo pedir más.”

Esa frase la recuerdo con claridad.

Ahora que lo pienso, tanto el jardín cómo la piscina me recuerdan a los de la película “Hitchcock” de 2012 protagonizada por Anthony Hopkins.

Después de esta escena recuerdo que íbamos en coche a no sé qué parte (solo recuerdo pasar por el barrio donde vivían mis abuelos cuando era niño. Transfigurado también) y en un aparcamiento encontrarnos el conductor del coche, que realmente se me antojaba desconocido, y yo a los padres de mi exnovia (que horrible suena ese término), iniciando con ellos una conversación amistosa que, yo tenía la certeza, ambas partes estaban deseando terminar.



El segundo tengo claro que era una suerte de viaje de estudios universitario, a una exótica ciudad: Sevilla. Sí, Sevilla, donde llevo viviendo tanto tiempo. Allí estaba yo rodeado de alumnos de una típica universidad americana. Entre todos los alumnos y alumnas recuerdo a una chica que parecía llamar mi atención más de lo normal, llevaba un vestido algo ceñido de flores azules y negras, el cabello oscuro y largo. Sé que no hay colores en los sueños, quizá solo intuiciones, quizá solo soñé la palabra azul. De sus ojos no me acuerdo por desgracia.

Andábamos visitando las instalaciones de un campus, o algo así. En un momento dado veo a uno de mis compañeros ir a hacer sus necesidades y comento a otro supuesto amigo mío que voy a ir también yo. Este responde que me diera prisa que el profesor había dejado tan solo un minuto antes de nuestra partida. Corriendo me acerco a los meaderos, y lo siento pero no hay otra palabra para describir ese monstruo contra natura en el que supuestamente debía orinar. Para empezar no se situaba en un recinto especial sanitario, estaba directamente en los pasillos, eran una suerte de cabinas a las que se accedía por una puerta que bien podría compararse con las de las películas de western americanas. Una vez dentro veías a la gente pasar (incluso sus caras, por lo tanto, ellas también te veían a ti). Allí estaba, por supuesto, la chica del vestido azul y negro que, curiosamente, iba también a orinar justo en la cabina de al lado pero con más acierto que yo. Intenté por todas las formas encontrar un ángulo correcto, pero aquello más que un orinal parecía un cenicero. El mismo chico que antes me dijo el tiempo de que disponíamos se acercó para intentar darme instrucciones pero desistí. Me subí los pantalones. 

Al poco estaba en mi cabina casi toda la clase y curiosamente esta pasó de ser la reducida cabina de antes a una suerte de comedero donde comenzaron a sentarse todos mis compañeros y mi profesor, un hombre con un mostacho castaño (otro color que pareció importar no sé muy bien por qué) que me preguntaba cuál era el problema. Le respondía que solo quería intentar desahogarme antes de salir de allí para luego no tener que ir al retrete pero, que me era imposible en estas condiciones. Ahora, en ese espacio que pareció agrandarse, algunos de mis compañeros comían bocadillos y yo tenía una sensación horrible. Qué asco… ¿A quién se le ocurre comer dentro de un retrete?


Juanjo Aguilar.

martes, 13 de agosto de 2013

Cesura: Eso era amor (Remake)

                                               Eso era amor (Remake) *


                             Le comenté:
                             -Me entusiasman tus piernas.
                             Y ella dijo:
                                        -¿Te gustan en jeans o con falda?
                             -Largas.
                                        Respondí sin dudar.
                             Y también sin dudar
                             Me las dejó en un plato y se fue a rastras.



-Poesía original de Ángel González.

Juanjo Aguilar.

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Mi Cuaderno Negro: Ajedrez.


Esto es un tablero de ajedrez. Muchos lo conoceréis, quizá incluso hayáis jugado alguna partida. Este también es, aunque no lo crean, el modelo de nuestro mundo (El tablero) que nosotros (Las piezas) habitamos. 

Torres, caballos, alfiles, la reina y el rey componen la fila del tablero más resguardada de las piezas rivales, permanecen en la retaguardia mientras los peones (esos de perfil basto y sin rostro, sin personalidad) se exponen en la vanguardia protegiendo con sus efímeras vidas a todas las demás piezas que sí fueron talladas con más acierto.

Muchos hoy protestan contra el capitalismo y la desigualdad social, esas enfermedades que sufre esta sociedad que hace a los ricos más ricos y a los pobres aún más pobres. Yo aquí (En este lugar etéreo llamado "Red") y ahora (En este tiempo mío que también es el tuyo) propongo un primer paso para hacer la brecha un poco más corta entre la clase obrera y la clase capitalista, entre los que mandan y los mandados. Propongo comenzar con algo pequeño, casi imperceptible pero que puede, a la larga, crear esa consciencia social de la que tanto se ha hablado:

Propongo cambiar, sencillamente, la posición inicial de las fichas en el tablero de ajedrez, su número o incluso su forma.


I

Lo primero que se me viene a la cabeza es esto. Un modelo en el que los poderosos (Propietarios, gobernantes, ejército, policía...) sean los que nos protejan a nosotros, quizá de ellos mismos o tal vez de otros infortunios, pero que nos protejan, que se jueguen el cuello por el pueblo, que sea el pueblo quien termine lo que ellos empezaron y no al revés.


II

La segunda es aún, si cabe, más interesante. Poner a los peones nombre propio, saber a qué te atienes cuando mandas a tu pieza a la batalla. Crear conciencia en el jugador. Parece que cuando cae la reina se te viene abajo el mundo, pero cuando muere un peón, no tiene tanta importancia, al fin y al cabo aún te quedan siete de ellos. Es la promesa del ajedrez, (la de la sociedad al fin y al cabo) si tu peón (Digamos que Blanca) consigue atravesar las seis filas que le separan del anonimato llegará a ser alguien (Reina) y tendrá mayor libertad de movimiento, dejará de vivir su vida recta de caminos rectos y llena de personas rectas y actos rectos. Por desgracia habrá tenido que sufrir en el proceso la pérdida de muchos de sus compañeros: Manolo y Pepe, quizá Berto o Julian a manos de otros que, en otras circunstancias, habrían sido tan buenos amigos y/o compañeros como María o Matías.


III

La tercera no es más que una prolongación de la segunda. Consiste en la descontextualización del papel del peón y de los reyes y las reinas. En esta situación irreal (Dado que siempre habrá más peones que reyes y reinas) los peones parecen tener una importancia mayor, no hay más de cuatro en el tablero, dos por reino, y sus majestades sin duda saben que a la larga no son nadie sin ellos. Imaginaos el caos que se generaría con esta disposición del tablero, un eterno jaque mate desde el inicio.


IV

Con todo siempre habrá personas que se escuden detrás de sus gobernantes, que no quieran jugar ningún papel importante en el tablero.

-¡El de la cruz tiene la culpa!
+¡Qué cruz de reino!
*¡Con este merluzo de gobernante no somos nadie!

Gritan. Mientras, los reyes se tiran los trastos. Y el pueblo observa la contienda:




Con esa pasión morbosa tan recurrente hoy por ver, desde la comodidad del sofá, cómo otros se tiran los trastos. Muchos querrían que el tablero iniciara así, como este que os muestro aquí arriba. Pero eso es un tablero de circo, a mí, personalmente, me produce más vergüenza que otra cosa.


V

Y no nos engañemos. Salimos a la calle tras esos a los que llaman "El Poder", esos superheroes con sus promesas y su lengua de oro que nos prometen el reino de los cielos, el tablero perfecto. Algunos prometen que no habrá distinciones entre casillas, otros que todas acabarán siendo blancas, o negras. Prometen tanto que al final muchos pican el anzuelo. Así están las calles continuamente. Apenas se nos oye en realidad. Aunque nos cueste admitirlo la realidad es esta:



Nos quieren así, tal cual. A ellos les conviene y lo enmascaran moviendo un poco las piezas del tablero pero con esta idea en la cabeza. Es triste, sé de mala gana que el tablero, a pesar de todo, seguirá como hasta ahora: En la Vanguardia los que sudan, los que se matan por su pueblo, en la retaguardia los que menos mueven se acomodan y ven desde la distancia como nos linchamos unos a otros esperando en su mansión que algo se tuerza demasiado para, entonces, hacer un enroque.




Juanjo Aguilar.


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miércoles, 7 de agosto de 2013

Cesura: Sombra Sorda.

Sombra sorda

Sombra sorda,
sesgo,
sesuda senda de set,
soporífera y feral fantasía sempiterna,
sabulosa sangre y savia de sabios,
sanguinolenta sopa,
sílfide santa de sigilosas sorpresas,
exuberante sonrisa salivosa de la madre santateresa 
de Jesús,
claroscuro de salamanquesas reptantes,
sombra y nada,
nada y sombra,
solo de saxo sin sexo,
sumisas aves que al vuelo vuelven
con sus sombras siamesas,
torres gemelas se escapan
en sombras de sobremesa,
sobre las semidiosas sosas,
sobre las suspirosas rosas sordas
la sombra asombra.
Simpleza de síntesis sombría,
sombrilla a sol y sombra de siesta sazonada,
silencio sepulcral,
acres de sombras,
sombra ciega,
sombra aciaga,
mutis a la sombra,
toca la sombra
y se asombra
la sorda,
la sorda sombra,
la sombra sorda.


Juanjo Aguilar.

domingo, 4 de agosto de 2013

Mi Neurona Paranoide: Idea para relato.

Inercia.

El relato versaría sobre un hombre que, por motivos que no vienen al caso, decide que su vida debe tener fin en ese mismo momento, lo antes posible, pero no es capaz de suicidarse pues es hombre de fe; concluye que debe ser asesinado. Le parece oportuno ir a una carretera poco transitada y esperar la llegada de un coche, uno grande piensa, abrirse en par la camisa e implorar que lo atropellen.

Por otra parte un segundo hombre que, por motivos que no vienen al caso, decide probar qué se siente asesinando a alguien se dispone a coger su Land Rover 4x4 y a dirigirse por una carretera comarcal poco transitada a su pueblo natal donde matará al primer borracho que se encuentre esa noche.

Por motivos que no vienen al caso tampoco, se encuentra el primer hombre con el segundo hombre en la misma carretera maltrecha y el primero abre de par en par su camisa y grita: “¡Atropéllame!” justo después de que el segundo pisara con fuerza el acelerador.

Momentos antes del impacto el primer hombre ya no pensaba que fuera tan buena idea irse tan pronto al otro barrio y el segundo que no quería acarrear con una muerte en su consciencia. Pero ninguno de los dos contó con un elemento importante en ese momento: la inercia.

Juanjo Aguilar.

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Idea para relato I por Juan José Aguilar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

viernes, 2 de agosto de 2013

Mi Cuaderno Negro: #Findelacita.


La cara era un poema,
uno de esos de los que si te descuidas
acaban dándote qué pensar.

A él solo le aplaudían los suyos,
su cuadrilla de mafiosos bien vestidos
(Y también el lagarto y la cochina).

Una vez más el circo del parlamento se levanta,
Rajoy, Cospedal, Rosa Díez, Rubalcaba
y despuntaba
por ahí Cayo Lara
y su relato.

Díez te hizo veinte preguntas concretas,
de las cuales, netas,
no respondiste ninguna.
Pero eso sí, al lagarto bien que lo halagaste
por intentar salvarte
el culo, barbas.

Comparecencias de toma y daca
no queremos, queremos respuestas,
de esas que no nos das.
Y mientras,
la cochina susurrando al barbas,
quién sabe si palabras
de apoyo o cochinadas

de esas de 
“Cuando acabe esto vamos a un hotel
y me lo cuentas que me excita.”

Pero citando a Tarantino

                      “No empecemos a chuparnos
                      las poyas todavía.”

                      #findelacita

Que aún da esto para más
aunque no lo crean.

De Bárcenas habló lo justo
este pelele,
habría hablado más, por supuesto,
si hubieran escrito sobre él
entre paréntesis.

De lo suyo, ya ni hablemos,
veinte minutos esquivando puyas
y lanzándoselas de vuelta
al resto del parlamento.

                      Puyas 6 – Respuestas 0

Diez minutos hablando de Alfonso Alonso,
                                              (El lagarto)

otros diez excusándose en la inopia
intentando hacernos creer
que ese día estaba usted
compareciendo por decisión propia.

¿De qué intenta usted convencerme?
Dijo, y cito textualmente:

                      “Yo no he venido a política
                      para enriquecerme.”

                      #findelacita.

Como dijo Woody Allen:

                      “El dinero es mejor que la pobreza,
                      Aunque solo sea por razones económicas.”

                      #findelacita

¡Vaya palabras pletóricas!
(Permítanme el ripio)
vaya palabras de mierda.
Usted no tiene vergüenza,
ni tan siquiera maneras

                      -Y si las tiene
                      no las aparenta-

Sigue usted hablando, se alarga
hasta el minuto cuarenta,

Todo puyas, ninguna respuesta.
Y se marcha tan pancho,
con la cabeza bien alta
entre los aplausos
de un partido financiado
con dinero del estado,
y no tan del estado.
¡Bravo!
¡Viva señor Mariano!
¡Viva!

Y qué mejor despedida
que en palabras de Orihuela:

                      “Me lo cogen y me lo prenden
                      al que pide democracia.
                      y al que roba muchos miles
                      no lo encuentran ni los duendes
                      ni tampoco los civiles."

(Fin de la cita).

Juanjo Aguilar.


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