Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

lunes, 27 de febrero de 2012

Mi Cuaderno Negro: Cuanto las admiro.

Dicen que hay rincones que es mejor no visitar, calles ignotas que más vale no pisar o páramos estériles por los que el transcurrir se hace peligroso y en los que lidiar con la muerte es algo habitual. 

Y se que es verdad también eso que dicen de la inmensidad de los oceanos o la infinitud del universo o el transcurso del tiempo (que a veces transcurre más rápido y otras más lento).

¿Conoces la historia de la mariposa de alas ocres que, sin rumbo, se adentró en el reino de Lenard y los jardines del último Marajá?¿Y aquella que cuenta los viajes de Chandresh y Chandrika, la pareja india que visitó a los padres de la revolución Transatlántida? Quizá hayas oído hablar del  pastor nómada que pasea innumerables rebaños allá donde va, o de la flota de barcos que nunca dejaron de viajar por los más recónditos rincones del mundo onírico.

Yo conozco estas historias porque otros mucho más sabios y más ancianos que yo me las contaron en sueños. Si quieres, solo si quieres, caminaremos durante esta noche tibia para que te cuente todo lo que sé sobre estos parajes.Y también si quieres, solo si quieres, quédate conmigo y observaremos las estrellas una vez más en busca de esos lugares, si permaneces a mí lado mis pies no rechistarán más de lo necesario y mis pulmones no se marchitarán porque me darás tu aliento y yo a tí el mío en este bucle infinito en busca del universo que se refleja en las dos pequeñas motas (cuanto las admiro) de tus ojos.

Juanjo Aguilar

lunes, 20 de febrero de 2012

Cesura: Sin duda.

Sin duda te quiero
por todo lo que eres,
todo lo que fuiste
y todo lo que serás.

Juanjo Aguilar.

sábado, 18 de febrero de 2012

Stop Motion: El señor Sherlock Holmes.

-No es cosa fácil expresar lo inexpresable- Respondió, riéndose-. Holmes tiene un temperamento excesivamente científico para mi gusto...rayano en la sangre fría. Puedo imaginármelo ofreciéndole a un amigo una pizca del más reciente alcaloide de origen vegetal, no por malevolencia, ¿me comprende?, sino sencillamente porque su espíritu curioso pretende hacerse una idea exacta de sus efectos. Para hacerle justicia, creo que él mismo se lo tomaría con igual complacencia. Al parecer le apasiona el conocimiento preciso y exacto.
-Muy adecuado además.
-Si, pero eso puede llevarle a cometer excesos. Y desde luego ha llegado a tomar una forma bastante curiosa, pues le ha llevado a golpear con un bastón a sus pacientes en la sala de disección.
-¡Golpear a los pacientes!
-Sí, para verificar hasta que punto se pueden producir magulladuras en el cuerpo de un muerto. Le vi hacerlo con mis propios ojos.

Conversación de Watson y Stanford. Estudio en escarlata .Arthur Conan Doyle.





Juanjo Aguilar.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Mi cuaderno rojo: Igual de ciegos.

Tomas tu taza de café
en Cafetería.
Y cada día descubres
uno o dos detalles nuevos.

El color de las servilletas,
la forma de la cuchara,
el cambio de menos...

Todos los días miras en tu derredor
y me ves, 
quizás de reojo,
y vuelves a comprenderlo:

No hemos solucionado nada,
seguimos igual de extraños,
igual de quietos,
igual de ciegos.

Sujeto la puerta y pasas:
-Muchas gracias.
-No hay de qué.
-Hasta luego...

Juanjo Aguilar

lunes, 13 de febrero de 2012

Cesura: El rumor de los insectos por la noche.

Se abren las páginas de un viejo
y carcomido libro de pasta dura,
se abren las puertas de los infiernos,
se abren las puertas de la locura.

Todo lo que el ser humano
a escondido entre las dunas
de la memoria yace ahora
entre los cartilaginosos dedos
de alguien que corrió mala fortuna.

Se oye el rumor de los insectos
por la noche, noche fría.
Se oye el rumor de los infiernos,
se oye el rumor de  la no-vida.

"ya que  no está muerto lo que yace eternamente, 
y con extraños eones incluso la muerte 
puede morir"
y al fin desistir
de acabar con aquello que por suerte
aun nos permite dejar de existir.

Se oye el rumor de los insectos
por la noche, noche oscura.
Se oye el rumor de los infiernos,
se oye el rumor de la locura.

Juanjo Aguilar

viernes, 10 de febrero de 2012

Stop Motion: Juan José Millás - El champú

 El champú

Te mueres si haces cuentas, mejor no saber. Así, de entrada, fíjate, está el recibo de la luz, el del teléfono, el del agua, el recibo del gas, el de la comunidad de vecinos, el de la hipoteca, también el impuesto sobre bienes inmuebles, sobre la recogida de residuos urbanos, por no hablar del IVA de la carne, del de las verduras, del de los pañales del niño, por no hablar del IVA de la puta leche, y no te olvides de la letra del televisor, del coche a plazos, de la aspiradora a plazos, del ordenador chungo a plazos.
Te levantas de la cama, enciendes la lámpara de la habitación y ya está el contador dando vueltas dentro de la caja como una idea obsesiva dentro de la cabeza. Abres luego el grifo del agua y destapas el tubo del dentífrico para cepillarte los dientes, y sin haber puesto el pie todavía al pasillo has arrojado 30 céntimos por el sumidero del lavabo, como si en lugar de limpiarte las muelas las echaras. No hablemos de la espuma de afeitar ni del gel de baño ni del champú con acondicionador. El champú con acondicionador, fuera, sale más barato el anticaspa. Pero no tenemos caspa, dice ella. Como si la tuviéramos, dice él, y en cuanto al pasillo, desde hoy, a oscuras, lo conocemos de memoria. Pero a mí me da miedo, dice ella, por las apariciones.
¿Y quién se te aparece?, dice él. Tu madre, dice ella, la he visto dos veces en camisón corto, me hace un gesto así con la mano, como pidiéndome que me acerque para enseñarme una herida. Pues a mí se me aparece Ángela Merkel, dice él, y me echa el aliento en las narices. ¿A qué huele el aliento de Ángela Merkel?, dice ella. A chucrut podrido, dice él. Será que tiene caries, dice ella. Será, dice él, pero sigamos con las cuentas, a ver por dónde recortamos. ¿Y si nos liamos un porro y vemos una peli? dice ella. Vale, concluye él, pero el champú, anticaspa.

sábado, 4 de febrero de 2012

Cesura: Era inevitable que pasara.

Era inevitable que pasara. Era inevitable que dejara de ser tan estable como aparentara ser hace tiempo. Pero la Luna seguía alta, allí en el firmamento, con su sonrisa burlona aquel invierno en que dejaste de ser quien eras. Y ya sinceramente no lo recuerdo...el por qué de todo esto digo. Se rompió la cuerda de mi guitarra como tantas otras veces, pero esta vez para siempre.

Y olvidé a deshora y a desgana, como siempre suelo y como siempre digo, aquel motivo. Y cohibido me arrebuje entre las sábanas de mi insolencia que mi consciencia tejió hace años por si en algún momento acabara dolido, triste o quizá perdido.

Con el tiempo todo aquello eclosionó, como tienen que hacerlo las cosas importantes. Y fue quizá la luz de esta Luna burlona o el hecho de que me ignoras, no se, lo que me hizo volver a perpetrar más y más los rincones de mi memoria.

No recordaba ya tantas estanterías polvorientas ni tantos estantes vacios. No recordaba las sucias mesas que discurrian entre los volúmenes muertos, entre los lomos de los libros, entre las caricias de las hojas al rozar tus dedos y no los míos.

Y me he quedado dormido ahora y estoy despierto, esta vez sí y lo sabes, admitirlo no cuesta nada ¿Ves? Era sin duda inevitable que pasara.

















Juanjo Aguilar

viernes, 3 de febrero de 2012

Cesura: Conversaciones de café o té.

-Deme un café.
-¿Solo?
-Por desgracia.
-No se preocupe usted,
ya encontrará a alguien.
-Que sea un capuccino entonces.

Juanjo Aguilar

Mi cuaderno negro: Tensión sin intención una vez más, como siempre.

Los  dos se miraron por breve tiempo
no sin antes percibir esa tensión
que momentos atrás también sintieron
bajo la pregunta de él
y la respuesta de ella.

No volvieron a cruzarse sus miradas de nuevo
y no hacía falta porque el viento
se llevo consigo todo intento
de que hablara él
y escuchara ella.

Pero más tarde
(y cada uno en su respectivo apartamento)
ambos, en silencio, volvieron 
a pensar en todo aquello.
Y volvió a cavilar él
y volvió a reir ella.

Juanjo Aguilar.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Cesura: El carguero blanco (o la isla de Báis-Morge)

Escribo esta nota como mí último intento de expresar lo que me aconteció durante aquel periodo de mí vida del cual muchos han tachado de ilusoria para que juzguen tras leer todos los detalles que plasmaré en ella si mi condición es la de un hombre loco o la de alguien demasiado cuerdo para seguir viendo la misma realidad con la que todos se contentan.

Todo comenzó cuando aquel carguero blanco arribó al puerto de mi ciudad natal. Trabajaba en los astilleros. Guiaba la enorme grúa que traslada los contenedores de numerosos colores a tierra firme. La noche de mí partida  estaba coronada por una extraña luna llena de un color casi amarillento, como  si en otro tiempo hubiera estado envuelta por alguna clase de papiro.

Había un silencio sepulcral, aquel 27 de diciembre, casi artificial, y un frío que helaba la sangre cuando del carguero blanco descendió un hombre ya entrado en años, de apariencia cansada y con una  barba casi tan blanca como la extraña pátina que envolvía al carguero. Este hombre dijo llamarse Harris P. López y me instó a que lo acompañara bajo la promesa de obtener dinero rápido y placeres de los que el hombre no había oído hablar jamás.

Sería quizá el ambiente tan irrepetible de aquella deliciosa noche lo que me empujó a embarcarme con H.P. López en su viaje o quizá el alcohol, o el aire soñoliento que envolvía mí vida en derredor a aquella grúa roja de la que tan hastiado me sentía a veces. El caso es que partímos López, la escasa tripulación del carguero y yo en busca de aquellas tierras que habrían de depararme dinero y placeres.

Al poco de partir (y sin que la densa bruma se desvaneciera en ningún momento o cambiara alguna de sus tétricas cualidades) el capitán me advirtió que vería muchos parajes fascinantes y otros algo menos agraciados pero que la decisión de dónde atracaba el barco era mía y solo mía. También me advirtió que fuera cauteloso pues el ansia, decía, era el peor enemigo de los hombres.

Tras varios días de viaje el carguero blanco arrivó a una tierra de ensueño donde una mezcla de colores y olores se dejaban atisbar desde el barco. Más allá del puerto podía observar una arquitectura preciosa creada sin duda para satisfacer las necesidades del ser humano. López me preguntó si quería desembarcar allí. No era mala idea, desde luego en mi vida había visto ciudad tan bella como aquella, mas recordando las palabras que días atrás me había expresado mi buen compañero López, quise esperar a ver el siguiente destino.

Alcanzamos la siguiente isla tras una semana de viaje en la que mis ilusiones se habían transformado en fantasías sobre tierras con bellas mujeres, dulces manjares y placeres desconocidos que no pueden ser expresados con meras palabras. Esta segunda isla tenía todo lo que habría podido desear, era probablemente el más bello paraje que jamás pude imaginar. Bellas mujeres caminaban por los entramados de calles que podía divisar desde el navío. Altas eran las torres de cristal y marfíl que se extendían más allá del alcance de mi visión que en conjunto dotaban de una armonía casi orgásmica al paisaje. Aves extrañas sobrevolaban el paisaje y a pesar de la existencia de aquellos altos edificios, podía divisar entre las calles enormes y hermosos árboles de muy diversos colores. Una música celestial se dejaba escuchar desde la cubierta, nada que jamás haya oído antes. Volvío Harris P. López a formularme la misma pregunta: "¿Quieres desembarcar aquí?".

Pero noté no-se-que-tintineo en su forma de preguntarlo...
En mí estado de euforía y paranoia determiné que el capitán del carguero blanco quería que desembarcara aquí para no averiguar que placeres ocultos se escondían más allá de esta isla. Sentí la imperiosa necesidad de continuar a pesar de que todo lo que podía querer para ser feliz estaba en aquella segunda isla donde todo desprendía belleza.


Respondí un rotundo "No". El mayor error de mí vida.

alcanzamos la tercera isla en un mes. No podría relatar cuan desagradable me resultaba aquella isla con palabras. Allí parecía que todo estaba muerto, olía a podredumbre. Flotaban sobre el agua cuerpos inertes de seres escamosos. No se veía rastro de seres vivos en la superficie y las pocas estructuras que existían sobre la isla no eran más que las ruinas de lo que en otra época pudieran haber sido templos o casas.
Mi teoría de que cada nueva isla  sería mejor que la anterior quedó en nada.

En apenas 2 años más de viaje arrivamos a dos nuevas islas a cada cual más vomitiva y repugnante. Las islas exhumaban un extraño olor a muerte y a vileza. Cada vez que el capitán López me preguntaba, mí respuesta era negativa. Notaba un aire burlón en sus preguntas...cierta inquietud, como la que siente el bufón antes de que el público capte la gracia de su mejor chiste.
Cuando pasaron 5 años arribamos a la última isla que divisé. Era evidente que cuanto más avanzabamos en nuestro viaje a lo desconocido, más tardabamos en encontrar una nueva isla. Enloquecido por la asquerosa comida de abordo y viendo además las pocas provisiones de las que disponía ahora el carguero, decidí quedarme en aquel "lugar" pues ya era evidente la degeneración gradual de lugares en los que paraba el carguero blanco. La isla era una amalgama de entes sin vida que componian con sus cuerpos inertes la superficie en la que me encuentraba. Seres repulsivos, desfigurados, informes y malolientes que no podríais imaginar ni en vuestras peores y más catastróficas pesadillas.

Por temor a poder observar algo peor a aquello y con la certeza de quien sabe que ya ha perdido todo rastro de cordura, respondí "si" ante la pregunta del capitán López. También respondí "si" cuando me preguntó con una mueca muy semejante a una sonrisa si estaba seguro de ello. Apenas hube desembarcado en la mole de bestias entrelazadas, el carguero partió sin mí no sin antes escuchar la voz del capitán Harris P. López:

"Te advertí que no fueras ansioso. Apenas quedaban otros 5 años de viaje para llegar a las tierras de Am-Spás, el paraíso donde no exíste el tiempo ni el espacio, donde los placeres solo tienen límites en tú imaginación. Ahora debes conformarte con morir devorado por la isla de Báis-Morge. Te advertí que no fueras ansioso".

Cuando el barco se perdió en la niebla de las lágrimas que brotaban de mis ojos y solapandose a mís gemidos escuché un galimatias de infernales ruidos, sin duda extraterrenos, que provenian de la flatulenta superficie de Báis-Morge. Después de vomitar, quizá por los nervios, quizá por lo asqueroso de todo aquello, me derrumbé sobre los cadáveres informes no sin antes atisbar con mis enjugados ojos la figura de un ente caótico sin lugar a dudas inteligente que se elevaba cuan largo era hasta donde la vista permitía su visión. Su cuerpo parecía desprender cierto vapor casi tangible, carecía de extremidades inferiores pues se anclaba al "suelo" mediante una suerte de músculos sangrientos casi cartilaginosos que parecían bombear sangre a la espantosa "cabeza" que coronaba un tronco lleno de innumerables tentáculos y muñones de los que se desprendía cierta sustancia verdosa...

Lo último que ví antes de caer en mí letargo fueron unos ojos verdes, casi luminosos en los que se reflejaba la luna llena y el ademán con que aquel ser pareció excrutarme mientras se aproximaba reptando lentamente hacia mi posición.

Todo lo que recuerdo desde entonces es despertar en la blanca y acolchada habitación de un psiquiatrico y las largas conversaciones, a veces casi monólogos, con mi psiquiatra que ha intentado por todos los medios que olvide esta historia advirtiendome lo poco plausible que esta es. A veces yo también creo, o quiero creer, que todo fue tan solo parte de mi imaginación, de esa mezcla del whisky, el sueño y el aburrimiento de un tipo cualquiera, pero algunas noches de luna llena cuando miro al cielo y la luna tiene ese color extraño, casi amarillento, como  si en otro tiempo hubiera estado envuelta por alguna clase de papiro, vuelvo a oír ese galimatias de ruidos que...

¡Oh Dios mío es ese olor de nuevo! ~~-~--~··-·

Juanjo Aguilar