decía la radio que eran solo nueve
los muertos y que la información
no había sido confirmada.
Hoy me despierto y en la mañana
ya son setenta y ocho según la televisión
las almas que se perdieron
camino a ninguna parte.
Cuando suceden
estas cosas uno vuelve a pensar
en la inexorable,
en la macabra,
en la anular muerte.
Salía yo aquel miércoles
pensando
que era otro accidente
más, otro de muchos.
“Nueve muertos no son tantos
si no han sido confirmados.”
¿Nueve muertos no son tantos?
¿qué nueve no lo son? ¿entonces cuántos?
¿cuántos hacen falta para formar un tanto?
si a mí se me murió mi abuelo siendo yo joven
y no había cuantos que valieran,
un abuelo hacía para mí mil
muertes de las gemelas,
hacía para mí las doscientas mil
de la guerra civil
española.
La guerra de Irak entonces para mí
estaba tan lejana
como el holocausto.
Yo solo pensaba en mi abuelo tumbado
en una cama de pino
que no parecía, la verdad, muy cómoda
y en las lágrimas de mi padre, de mi madre
y de mí mismo.
(También recuerdo que mi primo
no lloraba bajo la excusa
esa cristiana del paraíso.)
Y ahora pienso:
¿cuántos abuelos habrán muerto
en el incidente de Galicia?
¿cuántas madres novicias?
¿cuántos hijos y cuantas hijas
habrán muerto también sobre las vías?
-Un Chaval de veinte años
oye un estruendo,
corre y sin pensarlo dos veces
se pone a sacar gente,
a repartir mantas,
agua…yo me quedo con eso-.
Juanjo Aguilar.
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