Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

sábado, 6 de julio de 2013

Mi Neurona Paranoide: Confianza.

Ocurrió en aquel partido de fútbol. Era la final de no sé qué copa, algo importante. Los aficionados y no tan aficionados se removían ansiosos en sus asientos, vitoreaban, saltaban con cierto júbilo y no menos tensión. El partido se había alargado lo impensable. Primero el tiempo reglamentario, más unos trocitos de tiempo de aquí y allá que los árbitros recogieron y cosieron. Luego la prórroga con sus trocitos cosidos también y por último una interminable e incruenta fase de penaltis.

Ocho, diez, doce penaltis.

La situación era infartante. Los porteros sufrían a cada arremetida. Las botas seguían propinando cañonazos sin piedad. Pareciera que aquello no iba a acabar nunca.

Entonces sucedió.

Un jugador ya posicionaba la pelota en su lugar correspondiente, ya miraba las dos fronteras verticales y también la horizontal, blancas todas ellas. Se limpiaba las gotas de sudor que resbalaban desde su nuca. También lo hacía su rival, el cancerbero (Siempre me ha fascinado esa palabra que hace referencia a la criatura mitológica, como si las redes de la portería fueran las puertas del mismísimo infierno).

Este último movimiento decidiría el partido.

El lanzador miró a las gradas cansado y a su equipo. Pitó el árbitro. Entonces y sin mediar palabra el lanzador en lugar de chutar se acercó paso a paso hacia la portería y tendió su mano al guardián de los infiernos. Éste la miró desconfiado, miró a uno y otro lado, a los ojos de su rival y vio paz y se sumergió en ella. Las dos manos se unieron en un fraternal abrazo y el público estalló en aplausos.

No solo se abrazaron sus manos, también ellos dos se abrazaron quizá guiados por el aplauso de la afición. Gentes de todos los países se habían unido para ver la final, la final mundial, aquella que enfrentaba en un simple juego de pelota a todo un planeta.

"Menudo gesto de deportividad, de buen hacer, sí señor ¡Esto es fútbol señores! ¡Esto es deportividad!" - Estallaba la voz de los comentaristas.

Sin embargo, volvamos a la portería. Bajo las puertas del infierno la voz del lanzador susurró:

"Estoy harto de todo esto, ya estoy cansado. Voy a chutarte hacia la esquina superior derecha de la portería. Ha sido un buen partido."

Se separaron los cuerpos. La mirada del portero se perdió entre la multitud que vitoreaba.

El lanzador se posicionó, sonrió en paz. El árbitro pitó.

La carrerilla, la bota, la pelota, el cañonazo; las puertas del infierno vibraron. Gritó el público.

Había entrado el balón.

En la repetición pudo verse, después, cómo la pelota viajaba desde la bota hasta la esquina superior derecha de la portería y cómo el cancerbero, el guardián del averno, se lanzaba desde el centro de la meta hacia la esquina inferior izquierda de su puerta. Lo que nadie supo jamás es que aquella repetición ya la había vivido antes el cancerbero, pero no con sus ojos, ni con sus manos, ni con el impulso de su cuerpo.

Y solo una persona advirtió las lágrimas del cariacontecido lanzador, lágrimas no precisamente de júbilo y el cancerbero se echó a llorar también, pero no lágrimas de derrota.

Juanjo Aguilar.

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Confianza por Juan José Aguilar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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