Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Mi Neurona Paranoide: Chicle.

A mí personalmente me encantan las casualidades.

Esta mañana mientras, a paso rápido, me dirigía al gimnasio, la planta de mi pie tuvo un encontronazo fortuito con un parásito pegajoso y rosa que se hallaba tomando el sol en plena calle. Dicho parásito (que a partir de este momento pasaré a llamar sencillamente "Chicle"), se encaramó a la arquitectura laberíntica y reticular que conforma la huella de una de mis deportivas y se quedó a habitar y esparcirse, como si estuviera en su propia casa, por aquel entramado de mi calzado.

Pero no solo noté a nuestro polizonte por el tacto viscoso que supuso mi contacto con él, poco después, mientras caminaba, oía aquel sonido pringoso y chillón cada vez que plantaba el pie derecho (pues ahí decidió establecer su nuevo hogar) en la calzada. Una y otra vez aquel ruido, no podía ser otro que Chicle porque las zapatillas son relativamente viejas y estamos en agosto, por lo que aún queda mucho para que los penitentes llenen las calles de cera fundida y rechinen los zapatos de esta forma.

No paro de pensar en él mientras camino y ya llevo un buen trecho. Al poco miro el empedrado y observo la cantidad de motas negras que se disponen de forma aparentemente azarosa por la calle. Nunca me había percatado de la monstruosa cantidad de chicles que hay pegados aquí, allá y acullá. Experimente algo: establezca un recorrido que habitualmente hace, por ejemplo desde su casa al gimnasio, y recórralo por primera vez tratando de no pisar ninguno de esos lunares que le han salido al suelo. No podía dejar de mirar aquellas pecas intentando sortearlas rememorando quizá aquellos días de niño en que me proponía pisar tan solo las baldosas blancas.

Pero bien pensado no, "lunar" o "peca" no son buenos calificativos para dichas motas. Una peca aparece como por arte de magia en tu piel, es el astro rey quien las provoca, es tu cuerpo quien las genera. Sin embargo estos chicles han sido adheridos ahí por mentes pensantes, por personas que, hastiadas de mascar, han escupido ese alien flexible que se alojaba temporalmente en sus bocas. Por esta intención que se esconde tras el esputo comienzo a pensar que, en realidad, la situación de dichas motas no son tan azarosas. Ahora mis ojos ven cientos y cientos de esas motas negras por la calle, miles, un regimiento entero de chicles aplastados.

Andaba yo en ese momento por la Calle Matadero (Morón de la Frontera) cuando me vino un olor muy fuerte. Olía como a helado de nubes, como a gominolas ¡A chicle! a eso olía, a chicle. Puedo jurar que olía tremendamente a chicle, tanto que comencé a mirar en mi derredor para ver si alguien masticaba, pero por allí no pasaba nadie. Era tan real. El olor se quedó conmigo durante un buen trecho, más allá de la propia calle y mi cabeza no paraba de darle vueltas y más vueltas a la idea de chicle. Ahí estaba el tacto pegajoso cada vez que plantaba el pie derecho (ahí seguía Chicle haciendo quién sabe qué), el sonido al despegarlo, mis ojos recorrían la calzada de un lado a otro observando los millares de chicles pegados aquí, allá y acullá y ese olor, ese olor a helado de nubes, a gominolas, a chicle impregnando mis fosas nasales. Todo era chicle. Todo mi mundo hoy era chicle. Comienzo a recordar la marca Boomer. Dios cómo me apetecía mascar chicle en ese momento. Miro al suelo y de repente lo vi. Un envoltorio de chicle de otra marca. ¿Sería el envoltorio de Chicle?

Me encanta hacer deporte porque me permite dejar de pensar. Hoy sin embargo me ha sido imposible dejar de pensar mientras corría en la máquina elíptica o en el remo o donde fuera. No podía dejar de pensar en el chicle.

Con un palo desahucié a Chicle poco después de todo esto. Ahí lo he dejado en el empedrado.

Juanjo Aguilar.

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