Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Cesura: El carguero blanco (o la isla de Báis-Morge)

Escribo esta nota como mí último intento de expresar lo que me aconteció durante aquel periodo de mí vida del cual muchos han tachado de ilusoria para que juzguen tras leer todos los detalles que plasmaré en ella si mi condición es la de un hombre loco o la de alguien demasiado cuerdo para seguir viendo la misma realidad con la que todos se contentan.

Todo comenzó cuando aquel carguero blanco arribó al puerto de mi ciudad natal. Trabajaba en los astilleros. Guiaba la enorme grúa que traslada los contenedores de numerosos colores a tierra firme. La noche de mí partida  estaba coronada por una extraña luna llena de un color casi amarillento, como  si en otro tiempo hubiera estado envuelta por alguna clase de papiro.

Había un silencio sepulcral, aquel 27 de diciembre, casi artificial, y un frío que helaba la sangre cuando del carguero blanco descendió un hombre ya entrado en años, de apariencia cansada y con una  barba casi tan blanca como la extraña pátina que envolvía al carguero. Este hombre dijo llamarse Harris P. López y me instó a que lo acompañara bajo la promesa de obtener dinero rápido y placeres de los que el hombre no había oído hablar jamás.

Sería quizá el ambiente tan irrepetible de aquella deliciosa noche lo que me empujó a embarcarme con H.P. López en su viaje o quizá el alcohol, o el aire soñoliento que envolvía mí vida en derredor a aquella grúa roja de la que tan hastiado me sentía a veces. El caso es que partímos López, la escasa tripulación del carguero y yo en busca de aquellas tierras que habrían de depararme dinero y placeres.

Al poco de partir (y sin que la densa bruma se desvaneciera en ningún momento o cambiara alguna de sus tétricas cualidades) el capitán me advirtió que vería muchos parajes fascinantes y otros algo menos agraciados pero que la decisión de dónde atracaba el barco era mía y solo mía. También me advirtió que fuera cauteloso pues el ansia, decía, era el peor enemigo de los hombres.

Tras varios días de viaje el carguero blanco arrivó a una tierra de ensueño donde una mezcla de colores y olores se dejaban atisbar desde el barco. Más allá del puerto podía observar una arquitectura preciosa creada sin duda para satisfacer las necesidades del ser humano. López me preguntó si quería desembarcar allí. No era mala idea, desde luego en mi vida había visto ciudad tan bella como aquella, mas recordando las palabras que días atrás me había expresado mi buen compañero López, quise esperar a ver el siguiente destino.

Alcanzamos la siguiente isla tras una semana de viaje en la que mis ilusiones se habían transformado en fantasías sobre tierras con bellas mujeres, dulces manjares y placeres desconocidos que no pueden ser expresados con meras palabras. Esta segunda isla tenía todo lo que habría podido desear, era probablemente el más bello paraje que jamás pude imaginar. Bellas mujeres caminaban por los entramados de calles que podía divisar desde el navío. Altas eran las torres de cristal y marfíl que se extendían más allá del alcance de mi visión que en conjunto dotaban de una armonía casi orgásmica al paisaje. Aves extrañas sobrevolaban el paisaje y a pesar de la existencia de aquellos altos edificios, podía divisar entre las calles enormes y hermosos árboles de muy diversos colores. Una música celestial se dejaba escuchar desde la cubierta, nada que jamás haya oído antes. Volvío Harris P. López a formularme la misma pregunta: "¿Quieres desembarcar aquí?".

Pero noté no-se-que-tintineo en su forma de preguntarlo...
En mí estado de euforía y paranoia determiné que el capitán del carguero blanco quería que desembarcara aquí para no averiguar que placeres ocultos se escondían más allá de esta isla. Sentí la imperiosa necesidad de continuar a pesar de que todo lo que podía querer para ser feliz estaba en aquella segunda isla donde todo desprendía belleza.


Respondí un rotundo "No". El mayor error de mí vida.

alcanzamos la tercera isla en un mes. No podría relatar cuan desagradable me resultaba aquella isla con palabras. Allí parecía que todo estaba muerto, olía a podredumbre. Flotaban sobre el agua cuerpos inertes de seres escamosos. No se veía rastro de seres vivos en la superficie y las pocas estructuras que existían sobre la isla no eran más que las ruinas de lo que en otra época pudieran haber sido templos o casas.
Mi teoría de que cada nueva isla  sería mejor que la anterior quedó en nada.

En apenas 2 años más de viaje arrivamos a dos nuevas islas a cada cual más vomitiva y repugnante. Las islas exhumaban un extraño olor a muerte y a vileza. Cada vez que el capitán López me preguntaba, mí respuesta era negativa. Notaba un aire burlón en sus preguntas...cierta inquietud, como la que siente el bufón antes de que el público capte la gracia de su mejor chiste.
Cuando pasaron 5 años arribamos a la última isla que divisé. Era evidente que cuanto más avanzabamos en nuestro viaje a lo desconocido, más tardabamos en encontrar una nueva isla. Enloquecido por la asquerosa comida de abordo y viendo además las pocas provisiones de las que disponía ahora el carguero, decidí quedarme en aquel "lugar" pues ya era evidente la degeneración gradual de lugares en los que paraba el carguero blanco. La isla era una amalgama de entes sin vida que componian con sus cuerpos inertes la superficie en la que me encuentraba. Seres repulsivos, desfigurados, informes y malolientes que no podríais imaginar ni en vuestras peores y más catastróficas pesadillas.

Por temor a poder observar algo peor a aquello y con la certeza de quien sabe que ya ha perdido todo rastro de cordura, respondí "si" ante la pregunta del capitán López. También respondí "si" cuando me preguntó con una mueca muy semejante a una sonrisa si estaba seguro de ello. Apenas hube desembarcado en la mole de bestias entrelazadas, el carguero partió sin mí no sin antes escuchar la voz del capitán Harris P. López:

"Te advertí que no fueras ansioso. Apenas quedaban otros 5 años de viaje para llegar a las tierras de Am-Spás, el paraíso donde no exíste el tiempo ni el espacio, donde los placeres solo tienen límites en tú imaginación. Ahora debes conformarte con morir devorado por la isla de Báis-Morge. Te advertí que no fueras ansioso".

Cuando el barco se perdió en la niebla de las lágrimas que brotaban de mis ojos y solapandose a mís gemidos escuché un galimatias de infernales ruidos, sin duda extraterrenos, que provenian de la flatulenta superficie de Báis-Morge. Después de vomitar, quizá por los nervios, quizá por lo asqueroso de todo aquello, me derrumbé sobre los cadáveres informes no sin antes atisbar con mis enjugados ojos la figura de un ente caótico sin lugar a dudas inteligente que se elevaba cuan largo era hasta donde la vista permitía su visión. Su cuerpo parecía desprender cierto vapor casi tangible, carecía de extremidades inferiores pues se anclaba al "suelo" mediante una suerte de músculos sangrientos casi cartilaginosos que parecían bombear sangre a la espantosa "cabeza" que coronaba un tronco lleno de innumerables tentáculos y muñones de los que se desprendía cierta sustancia verdosa...

Lo último que ví antes de caer en mí letargo fueron unos ojos verdes, casi luminosos en los que se reflejaba la luna llena y el ademán con que aquel ser pareció excrutarme mientras se aproximaba reptando lentamente hacia mi posición.

Todo lo que recuerdo desde entonces es despertar en la blanca y acolchada habitación de un psiquiatrico y las largas conversaciones, a veces casi monólogos, con mi psiquiatra que ha intentado por todos los medios que olvide esta historia advirtiendome lo poco plausible que esta es. A veces yo también creo, o quiero creer, que todo fue tan solo parte de mi imaginación, de esa mezcla del whisky, el sueño y el aburrimiento de un tipo cualquiera, pero algunas noches de luna llena cuando miro al cielo y la luna tiene ese color extraño, casi amarillento, como  si en otro tiempo hubiera estado envuelta por alguna clase de papiro, vuelvo a oír ese galimatias de ruidos que...

¡Oh Dios mío es ese olor de nuevo! ~~-~--~··-·

Juanjo Aguilar

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