Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

jueves, 15 de agosto de 2013

Mi Neurona Paranoide: Bitácora Onírica. Día 8.

Día 8


De hoy recuerdo dos sueños:

El primero tenía lugar en un pueblo de provincia, seguramente un Morón transfigurado. La acción, hasta donde recuerdo, comienza en mi supuesta casa. Estoy a punto de dormir, mi madre nos dice algo a mi padre y a mí; debe salir. Está lloviendo a cántaros y ella sale con una suerte de chubasquero. Yo me hago el dormido. Al rato, estoy en el sofá, acerco la mesa un poco y trato de comer algo sobre ella. Miro hacia un frente acristalado enorme que hay en este mismo salón donde estoy y veo una cortina de lluvia y más allá la piscina. Me levanto, estoy chateando con alguien por el móvil. Camino lento mientras escribo y la conversación es algo así:

Ella (pues es una ella aunque no sé quién)- Por aquí está lloviendo a cántaros, que suerte tienes de vivir allí.

Yo- Pues no creas, fíjate cómo llueve hoy.

Con mi móvil grabo una pequeña escena de la lluvia cayendo en mi jardín y en mi piscina.

Yo-“En realidad no puedo pedir más.”

Esa frase la recuerdo con claridad.

Ahora que lo pienso, tanto el jardín cómo la piscina me recuerdan a los de la película “Hitchcock” de 2012 protagonizada por Anthony Hopkins.

Después de esta escena recuerdo que íbamos en coche a no sé qué parte (solo recuerdo pasar por el barrio donde vivían mis abuelos cuando era niño. Transfigurado también) y en un aparcamiento encontrarnos el conductor del coche, que realmente se me antojaba desconocido, y yo a los padres de mi exnovia (que horrible suena ese término), iniciando con ellos una conversación amistosa que, yo tenía la certeza, ambas partes estaban deseando terminar.



El segundo tengo claro que era una suerte de viaje de estudios universitario, a una exótica ciudad: Sevilla. Sí, Sevilla, donde llevo viviendo tanto tiempo. Allí estaba yo rodeado de alumnos de una típica universidad americana. Entre todos los alumnos y alumnas recuerdo a una chica que parecía llamar mi atención más de lo normal, llevaba un vestido algo ceñido de flores azules y negras, el cabello oscuro y largo. Sé que no hay colores en los sueños, quizá solo intuiciones, quizá solo soñé la palabra azul. De sus ojos no me acuerdo por desgracia.

Andábamos visitando las instalaciones de un campus, o algo así. En un momento dado veo a uno de mis compañeros ir a hacer sus necesidades y comento a otro supuesto amigo mío que voy a ir también yo. Este responde que me diera prisa que el profesor había dejado tan solo un minuto antes de nuestra partida. Corriendo me acerco a los meaderos, y lo siento pero no hay otra palabra para describir ese monstruo contra natura en el que supuestamente debía orinar. Para empezar no se situaba en un recinto especial sanitario, estaba directamente en los pasillos, eran una suerte de cabinas a las que se accedía por una puerta que bien podría compararse con las de las películas de western americanas. Una vez dentro veías a la gente pasar (incluso sus caras, por lo tanto, ellas también te veían a ti). Allí estaba, por supuesto, la chica del vestido azul y negro que, curiosamente, iba también a orinar justo en la cabina de al lado pero con más acierto que yo. Intenté por todas las formas encontrar un ángulo correcto, pero aquello más que un orinal parecía un cenicero. El mismo chico que antes me dijo el tiempo de que disponíamos se acercó para intentar darme instrucciones pero desistí. Me subí los pantalones. 

Al poco estaba en mi cabina casi toda la clase y curiosamente esta pasó de ser la reducida cabina de antes a una suerte de comedero donde comenzaron a sentarse todos mis compañeros y mi profesor, un hombre con un mostacho castaño (otro color que pareció importar no sé muy bien por qué) que me preguntaba cuál era el problema. Le respondía que solo quería intentar desahogarme antes de salir de allí para luego no tener que ir al retrete pero, que me era imposible en estas condiciones. Ahora, en ese espacio que pareció agrandarse, algunos de mis compañeros comían bocadillos y yo tenía una sensación horrible. Qué asco… ¿A quién se le ocurre comer dentro de un retrete?


Juanjo Aguilar.

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