Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

martes, 27 de agosto de 2013

Mi Cuaderno Negro: Esperanza.


-Ilustración de Takehiko Inoue.

Estábamos Ella y yo sentados cerca de la ventana de la taberna haciendo nada, mirando a los marineros cargar y descargar, viendo papeles rodar y preguntándonos qué ocurriría ahora.

Ella tenía esa capacidad de hacerme reflexionar sobre lo más nimio, Ella sí tenía alma de samurái. Yo no, yo siempre fui un espíritu libre.

Los acontecimientos sucedieron rápido como el curso de un río. Mi kanabo hizo sonar su cráneo como suena una cáscara de nuez cuando la quiebras con los dedos. Recordé la escena mientras Ella y yo hablábamos de nuestro “Gran Proyecto”, como nos gustaba llamarlo, en aquella taberna portuaria donde no hacíamos nada, mirar los papeles rodar y preguntarnos, quizá, qué significaban las palabras escritas a puñal en la madera de la mesa mientras partía y comía nueces.

Yo había servido a una orden samurái durante diez años. Diez largos años de miseria. Recaudaba dinero para mi señor, protegía a mi señor e incluso mataba inocentes para mi señor. Todo por un poco de tierra donde plantar arroz. Cada vez que mi kanabo impactaba contra una de aquellas pobres almas se quebraba un miembro y, con él, mi fe en el código.

Un brazo roto para uno de esos pobres campesinos podía equivaler a un mes sin trabajo, un mes sin comida, un mes deshonroso de mendigar las calles. Un brazo mutilado podría significar una muerte de hambre para toda una familia. Por eso me especialicé en la lucha con kanabo.

Allí descansaba Hitoishi (mi kanabo) en aquella mesa llena de tajos que, si incidías en ellos,  formaban palabras como “Loto” o “Cesura”, seguros códigos que algún marinero dejaría a otro días atrás o quizá años. Con la madera nunca se sabe. Junto a Hitoishi se encontraba aquella caja pequeña envuelta al estilo furoshiki en un pañuelo suave cuyo estampado representaba una escena de cerezos en flor y en cuyo interior (en tan pequeño espacio cabía) descansaba lo que a ella y a mí nos gustaba llamar “Nuestro Gran Proyecto”.

Aquella escena en la taberna sucedería años después de que, también en primavera, mi arma se estrellase de forma propicia en el cráneo de mi señor feudal Takeshi Miyamoto robándole la poca vida de que disponía. En mi derredor, sobre el tatami, dos cuerpos derrumbados también yacían cuan largos eran derramando una sangre que se me antojó azul. De pie un par de excompañeros me miraban fijamente. Ellos dos eran buena gente y lo siguen siendo – A esto se refieren los sabios cuando hablan del Karma ¿No es cierto Kitano?- Me dijeron. En aquel momento tan solo asentí dicha reflexión.

Hice lo mismo en aquella taberna donde Ella y yo comíamos nueces y veíamos a los marineros cargar y descargar cajas en el puerto cuando Ella me miró fijamente y volvió a decir aquellas mismas palabras “¿No es cierto Musashi?”. Mi asentimiento la hizo sonreír y apretarme con dulzura la mano.

El apretón me llevó atrás a mi infancia. Recuerdo el último rictus de mi madre mientras se desangraba en aquel tatami ajado bajo mis pies. –Eres un chico fuerte ¿No es cierto Musashi?- Las mismas palabras una y otra vez. Se repiten los ciclos. Hay dos tipos de personas en este mundo (Siempre hay dos tipos de algo en cada cosa): Los que creen que las cosas solo suceden una vez en la vida y los que opinan que, por el contrario, algo solo puede suceder como recurrencia.

Y mientras mi madre malgastaba sus últimas palabras en decir algo que ya sabía, la otra figura enfundaba su Katana con torpeza mientras decía: “Si cuando seas mayor aún me guardas rencor por esto esperaré tu venganza con ansias.”

Esas palabras las repetí años después en su oído mientras se desangraba el muy bastardo en aquel tatami, vertiendo aquella sangre que se me antojaba azul mientras otros dos cuerpos se contorsionaban por el dolor de la cercana muerte y otra pareja observaba de pie toda la escena.

Aquella sangre azul ahora agitaba el mar. Nunca había viajado en barco. Prefiero la tierra firme. Estos últimos días he tenido incontables pesadillas marítimas. Aun así su sonrisa me reconforta, la de Ella. Le he dejado todo lo que tengo, allá donde voy no me hará falta. El Karma proveerá.

Hablamos por última vez de nuestro “Gran Proyecto” mientras nos marchamos de aquella taberna portuaria donde los marineros dejan sus mensajes. Ella ha escrito algo en nuestra mesa: 

ホープ

(Esperanza)

Sonrío a la nada. Fuera Llueve.

Ella saca su paraguas con la gracia de un felino. Nos dirigimos hacia el barco que me llevará a mi ineludible destino, a nuestro ineludible destino al fin y al cabo. Ella acaricia nuestro “Gran Proyecto” con una mano y en la otra sujeta su paraguas. Nuestras miradas se cruzan.

-Llegó el momento.- Alcanzo a decir.

-Volverás ¿No es cierto Musashi?

-Volveré.

Ella me entrega la caja pequeña envuelta al estilo Furoshiki y yo le beso bajo el paraguas.

En el fondo sé que no volveré a verla. No es una certeza lógica, es una simple intuición, por eso sé con seguridad que no volveré. Y si vuelve alguien de este viaje sin duda no seré yo. Será otro Musashi.

El barco zarpa. La veo a lo lejos. Su rostro, su paraguas y su mano acariciando todavía su tripa. Abro la caja y encuentro un pergamino:


(Sakura)

Sonrío.

Juanjo Aguilar.


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Esperanza por Juan José Aguilar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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