Hacía frío. Se hacía evidente en el poco vello que sobresalía de mi jersey. Notaba a mi espalda una superficie fría, macilenta. Luego mis manos se me antojaron calientes dentro de alguna cueva sedosa, suave, como el vientre preñado de una madre; mi mano no era otra cosa sino un feto. Esperaba el autobús. Mis pies parecían suspendidos en algo que era como látex pero no era látex, se sentía como tal pero debajo no había aire sino el suelo frío y duro. Apenas llegó el autobús alcé la mano (no sé cuál de ellas) y sentí cómo mil estacas, si no más, se clavaban en mi dermis. Sientes el plástico del bonobús, casi los electrodos que confirman la compra y luego un asiento duro pero que se me antojó, además de firme, esponjoso. Con todo aún hacía frío, aunque sintiera que aquellos pelos diminutos volvían a tomar contacto con mi piel y no apuntaban ya hacia alguna otra parte.
Juanjo Aguilar Orellana.
Este texto ha sido realizado como ejercicio para el Taller de Escritura Creativa (TEC) de Sevilla.
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