Artesanos de la felicidad.

Supongo que llega un momento en el que los artesanos de la felicidad dejan de estudiar, esculpir, encajar, montar, barnizar y enlucir. Son lo que conocemos como "malas rachas".

Estos pequeños seres habitan en algún lugar caótico más allá de nuestra propia realidad, son entes que de no ser por nosotros ni tan siquiera existirían y aun así en muchas ocasiones deben parar de trabajar, exhaustos; Les pedimos demasiado demasiadas veces supongo.

Dicen que los que se conforman con poco son más felices pero no es así, lo único que sucede es que sus artesanos de la felicidad trabajan con menor intensidad pero de una forma mucho más homogénea y estable. Lentamente comienzan a estudiar las pequeñas cosas que hacen feliz a esa persona, la estudian con mimo, con parsimonia, luego hacen sus planos a mano, caligráficamente perfectos, y los acotan con precisión meridiana.

Comienzan después del diseño a esculpir las piezas, los pequeños guiños de ojo, las manos entrelazadas, los paseos bajo el mismo paraguas, las fotos graciosas, las cenas deliciosas, la caída de una hoja...los abrazos en los momentos oportunos.

A continuación el ensamblaje, el barnizado y los retoques finales, todo este proceso hecho con cariño lenta pero cuidadosamente.

Esa es la diferencia que existe entre los buenos y los malos artesanos de la felicidad. Los míos  por ejemplo, hacen todo el trabajo rápido, con prisas, intentando acabar lo antes posible para después ponerse a descansar tranquilamente y dormitar. Son esos altibajos que tanto mal hacen, esas crisis, esas gráficas estadísticas puntiagudas como agujas, como estalagmitas y estalactitas de una cueva muy profunda llena de ecos, los ecos de una misma persona que  pide socorro y que sin embargo siempre obtiene la misma respuesta, la de su propia voz.

Ojalá despierten pronto mis artesanos...y si no comienzan a hacer con mimo y pasión su trabajo tendré que realizar, aunque me duela, despidos masivos y contratar algunos que merezcan cobrarse lo que sea que cobran por tan impagable empresa.

Juanjo Aguilar

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