Frase de la semana

"Para que nada nos separe, que no nos una nada."

Pablo Neruda.

jueves, 26 de mayo de 2011

Viaje más allá de mi balcón

El amplio balcón del que está provisto mi apartamento es un lugar rico en historias y tuberías atascadas, jamás ha sido limpiado más que por el agua de la lluvia que muy ocasionalmente nos ayuda a desinfectar este hábitat tan complejo. Tras leer El Hacedor (de Borges), Remake He decidido practicar uno de los muchos viajes que Agustín Fernández Mallo plantea en este (a mi parece) magnífico recopilatorio de ideas, conceptos, relatos y poesías. Mi viaje consistirá pues en atravesar el espejo que me separa del otro mundo más allá de las “balaustradas” de mi balcón. 


Aprovisionado con mi cuaderno, un boli BIG, un portátil Hp Pavilion a punto de morir, mi Canon, el libro de Fernandez Mayo, unas cookies y un Huevo Kinder sorpresa que he comprado para homenajear al autor de tan didáctico libro; Además tengo mi móvil y la ilusión de que alguien, con esa necesidad de comunicarse que tiene el ser humano me mande un SMS quizá más tarde, probablemente la propaganda de Vodafone.

 


Me acabo de percatar de que la cámara no tiene batería, en cuanto la cargue comenzaré mi viaje.






Apenas he empezado a escribir y ya he abierto el paquete de galletas, las cookies son quizá las más distinguidas entre las galletas, la realeza de las galletas, las motas de chocolate negro deberían ser de chocolate azul, sin pretensión de parecer racista.


  






 Mientras la cámara se carga observo como un trabajador comienza a desmaterializar un edificio que se encuentra justo frente a mí, instantáneamente otro “desmaterializador”, si así pueden llamarse, se le une. Subidos en un elevador comienzan a desgarrar la pintura que envuelve al edificio dándole un aspecto casi siniestro a este como si de alguna forma el fin del mundo que predicaron los mayas fuera en parte cierto y este no fuera más que uno de los vestigios que han quedado de la humanidad. Mi Canon se transforma ahora en unos prismáticos, es increíble que pagara tanto dinero por unos prismáticos, de hecho yo pensé cuando compre la Canon que era una cámara pero me equivocaba, son unos prismáticos y bastante buenos de hecho.





Ayer vi unas imágenes del presidente Obama tomando una Guinness, la imagen ha venido a mí cabeza como un flash, es uno de los múltiples problemas que tengo. La imagen nítida en mi cabeza me hace desear beber una Guinness, es demasiado temprano para cervezas legendarias provenientes de la más profunda Irlanda así que dejaré el deseo para otro momento y continuaré con mi viaje.

 
En seguida un objeto llama mi atención, una papelera, solitaria, triste, taciturna, situada justo entre medianeras casi colocada aposta, apuesto que colocada aposta y apostada ahí porque alguien pensó que podría ser una buena obra de arte postmoderna si alguien la observaba con mayor detenimiento. Me propongo contar cuantas personas dan de comer a tan huérfano elemento para intentar llegar a alguna conclusión. Son las 12:40 de la mañana.





Continuo mi viaje y en esta ocasión me percato de un hecho curioso, los coches, como las personas, forman grupos bien diferenciados, ellos eligen realmente el compañero con quien quieren aparcarse y no es el humano el que, crispado ya por no encontrar un sitio cerca de su casa, aparca el coche.








No desentonan en color, ni forma, probablemente se parezcan hasta en ideología, probablemente haya grupos de coches de izquierdas, de derechas, de centro, coches republicanos y coches que estén a favor del movimiento 15M por una democracia real ya. Los coches son un mundo.





  Sin avisar y mientras pensaba en esta jerarquía social se cruza frente a mi campo de visión un helicóptero, su sonido ya venía avisando de su llegada. Como una libélula se desplaza plácidamente por el cielo en esta mañana insípida, y como una libélula se marcha dejando tras de sí un sonido que pronto relaciono con el efecto Doppler. La libélula se ha ido y de pronto me siento un poco triste.





 Abro ahora el Huevo kínder que compré porque Fernández Mayo lo mencionó en uno de sus relatos (Una rosa amarilla si no recuerdo mal), quizá lo haya abierto buscado una melancolía de la cual carezco en estos momentos y que la libélula de metal me ha incitado a buscar. Veo el envoltorio de aluminio, lo destrozo, veo el envoltorio de chocolate, lo devoro, observo el envoltorio de plástico; me asombro. No era lo que esperaba, es completamente distinto a como yo lo recordaba, es un OVNI que acaba de aterrizar en mi mesa de “trabajo”, es un auténtico huevo de alienígena o una de esas naves espaciales que todo amigo de un amigo ha visto. Es un envoltorio futurista, de otra época  con una ideología, como los coches, marcada quizá por el fabricante. La apertura es mucho más cómoda. 

 
Un terror del todo humano me hiela la sangre cuando al abrir el envoltorio de plástico y  tras haberlo descrito, aparece ante mis ojos un ser que desde luego proviene de otro planeta, quien sabe si de Gliese 581g, un ser que ha viajado casi unos veinte años luz para aparecer en mi mesa de “trabajo”, un ser que acaba de nacer de este huevo que ahora está a este lado de mi balcón y no del otro porque en su rol de visitante me visita y yo en mi rol de ser humano me aterrorizo ante su mirada (de cuatro ojos). Es curioso como el destino, la suerte o la simple coincidencia pueden sorprender tan gratuitamente a alguien.


 
Nadie ha alimentado aun la papelera y como huérfano que es el visitante de Gliese 581g voy a bautizarlo “papelera”. Papelera parece contento con su nombre.

Juan José Aguilar Orellana

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